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Oración para antes y después de leer la Biblia

Oración para antes y después de leer la Biblia

Oración antes de leer la Biblia

Jesús Maestro, que has dicho: Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos, quédate con nosotros, que estamos reunidos para meditar y comulgar con tu Palabra.
Tú eres el Maestro y la Verdad: Ilumínanos para que comprendamos mejor las Sagradas Escrituras.
Tú eres la guía y el camino: haz que seamos dóciles en tu seguimiento. Tú eres la Vida: haz que nuestros corazones sean la buena tierra donde la semilla de tu Palabra produzca frutos abundantes de santidad y apostolado.
Jesús Maestro, Camino, Verdad y Vida. Ten piedad de nosotros.

Oración después de leer la Biblia

Jesús Maestro, tú has dicho que la Vida eterna es conocerte a ti y al Padre. Envía sobre nosotros la abundancia del Espíritu Santo que nos ilumine, guíe y fortalezca en tu seguimiento, pues tú eres el único camino al Padre.
Haz que crezcamos en el amor para que seamos, como Pablo, testigos vivientes de tu Evangelio. Con María, Madre, Maestra y Reina de los Apóstoles, conservaremos tu Palabra y la meditaremos en tu corazón.
Jesús Maestro, Camino, Verdad y Vida. Ten piedad de nosotros.

Para hacer un examen de conciencia

Para hacer un examen de conciencia

La conveniencia de saber reconocer nuestras faltas con humildad, para mantener la amistad con Dios.

Por Jorge Loring

Examen de conciencia consiste en recordar los pecados cometidos desde la última confesión bien hecha.

Naturalmente, el examen se hace antes de la confesión para decir después al confesor todos los pecados que se han recordado; y cuántas veces cada uno, si se trata de pecados graves.

Si sabes el número exacto de cada clase de pecados graves, debes decirlo con exactitud. Pero si te es muy difícil, basta que lo digas con la mayor aproximación que puedas: por ejemplo, cuántas veces, más o menos, a la semana, al mes, etc. Y si después de confesar resulta que recuerdas con certeza ser muchos más los pecados que habías cometido, lo dices así en la próxima confesión. Pero no es necesario que después de confesar sigas pensando en el número de pecados cometidos, pues entonces nunca quedaríamos tranquilos. Si hiciste el examen con diligencia, no debes preocuparte ya más: todo está perdonado.

El examen debe hacerse con diligencia, seriedad y sinceridad; pero sin angustiarse . La confesión no es un suplicio ni una tortura, sino un acto de confianza y amor a Dios. No se trata de atormentar el alma, sino de dar a Dios cuenta filial. Dios es Padre.

El examen de conciencia se hace procurando recordar los pecados cometidos de pensamiento, palabra y obra, o por omisión, contra los mandamientos de la ley de Dios, de la Iglesia o contra las obligaciones particulares. Todo desde la última confesión bien hecha.

Para ayudarte a hacer el examen, puedes consultar:

Mandamientos 1°, 2° y 3°

Examina tu conciencia.
Se recuerdan los pecados preguntándose sin prisa lo que se ha hecho en contra de los mandamientos de la Ley de Dios y de la Iglesia, con plena advertencia y pleno consentimiento.

Primer Mandamiento

  • ¿He admitido en serio alguna duda contra las verdades de la fe? ¿He llegado a negar la fe o algunas de sus verdades, en mi pensamiento o delante de los demás?
  • ¿He desesperado de mi salvación o he abusado de la confianza en Dios, presumiendo que no me abandonaría, para pecar con mayor tranquilidad?
  • ¿He murmurado interna o externamente contra el Señor cuando me ha acaecido alguna desgracia?
  • ¿He abandonado los medios que son por sí mismos absolutamente necesarios para la salvación? ¿He procurado alcanzar la debida formación religiosa?
  • ¿He hablado sin reverencia de las cosas santas, de los sacramentos, de la Iglesia, de sus ministros?
  • ¿He abandonado el trato con Dios en la oración o en los sacramentos?
  • ¿He practicado la superstición o el espiritismo? ¿Pertenezco a alguna sociedad o movimiento ideológico contrario a la religión?
  • ¿Me he acercado indignamente a recibir algún sacramento?
  • ¿He leído o retenido libros, revistas o periódicos que van contra la fe o la moral? ¿Los di a leer a otros?
  • ¿Trato de aumentar mi fe y amor a Dios?
  • ¿Pongo los medios para adquirir una cultura religiosa que me capacite para ser testimonio de Cristo con el ejemplo y la palabra?
  • ¿He hecho con desgana las cosas que se refieren a Dios?

Segundo Mandamiento

  • ¿He blasfemado? ¿Lo he hecho delante de otros?
  • ¿He hecho algún voto, juramento o promesa y he dejado de cumplirlo por mi culpa?
  • ¿He honrado el santo nombre de Dios? ¿He pronunciado el nombre de Dios sin respeto, con enojo, burla o de alguna manera poco reverente?
  • ¿He hecho un acto de desagravio, al menos interno, al oír alguna blasfemia o al ver que se ofende a Dios?
  • ¿He jurado sin verdad? ¿Lo he hecho sin necesidad, sin prudencia o por cosa de poca importancia?
  • ¿He jurado hacer algún mal? ¿He reparado el daño que haya podido seguirse de mi acción?

Tercer Mandamiento
(1o al 4o Mandamientos de la Iglesia)

  • ¿Creo todo lo que enseña la Iglesia Católica? ¿Discuto sus mandatos olvidando que son mandatos de Cristo?
  • ¿He faltado a Misa los domingos o fiestas de guardar? ¿Ha sido culpa mía? ¿Me he distraído voluntariamente o he llegado tan tarde que no he cumplido con el precepto?
  • ¿He impedido que oigan la Santa Misa los que dependen de mí?
  • ¿He guardado el ayuno una hora antes del momento de comulgar?
  • ¿He trabajado corporalmente o he hecho trabajar sin necesidad urgente un día de precepto, por un tiempo considerable, por ejemplo, más de dos horas?
  • ¿He observado la abstinencia durante los viernes de Cuaresma?
  • ¿He rezado alguna oración o realizado algún acto de penitencia los demás viernes del año en los que no he guardado la abstinencia? ¿He ayunado y guardado abstinencia el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo?
  • ¿Cumplí la penitencia que me impuso el sacerdote en la última confesión? ¿He hecho penitencia por mis pecados? ¿Me he confesado al menos una vez al año?
  • ¿Me he acercado a recibir la Comunión en el tiempo establecido para cumplir con el precepto pascual? ¿Me he confesado para hacerlo en estado de gracia?
  • ¿Excuso o justifico mis pecados?
  • ¿He callado en la confesión, por vergüenza, algún pecado grave? ¿He comulgado después alguna vez?

Cuarto Mandamiento

(Hijos)

  • ¿He desobedecido a mis padres o superiores en cosas importantes?
  • ¿Tengo un desordenado afán de independencia que me lleva a recibir mal las indicaciones de mis padres simplemente porque me lo mandan? ¿Me doy cuenta de que esta reacción está ocasionada por la soberbia?
  • ¿Les he entristecido con mi conducta?
  • ¿Les he amenazado o maltratado de palabra o de obra, o les he deseado algún mal grave o leve?
  • ¿Me he sentido responsable ante mis padres por el esfuerzo que hacen para que yo me forme, estudiando con intensidad?
  • ¿He dejado de ayudarles en sus necesidades espirituales o materiales?
  • ¿Me dejo llevar del mal genio y me enfado con frecuencia y sin motivo justificado?
  • ¿Soy egoísta con las cosas que tengo, y me duele dejarlas a los demás hermanos?
  • ¿He reñido con mis hermanos?
  • ¿He dejado de hablarme con ellos y no he puesto los medios necesarios para la reconciliación?
  • ¿Soy envidioso y me duele que otros destaquen más que yo en algún aspecto?
  • ¿He dado mal ejemplo a mis hermanos?

(Padres)

  • ¿Desobedezco a mis superiores en cosas importantes?
  • ¿Permanezco indiferente ante las necesidades, problemas y sufrimientos de la gente que me rodea, singularmente de los que están cerca de mí por razones de convivencia o trabajo?
  • ¿Soy causa de tristeza para mis compañeros de trabajo por negligencia, descortesía o mal carácter?
  • ¿He dado mal ejemplo a mis hijos no cumpliendo con mis deberes religiosos, familiares o profesionales? ¿Les he entristecido con mi conducta?
  • ¿Les he corregido con firmeza en sus defectos o se los he dejado pasar por comodidad? ¿Corrijo siempre a mis hijos con justicia y por amor a ellos, o me dejo llevar por motivos egoístas o de vanidad personal, porque me molestan, porque me dejan mal ante los demás o porque me interrumpen?
  • ¿Les he amenazado o maltratado de palabra o de obra, o les he deseado algún mal grave o leve?
  • ¿He descuidado mi obligación de ayudarles a cumplir sus deberes religiosos y de evitar las malas compañías?
  • ¿He abusado de mi autoridad y ascendiente forzándoles a recibir los sacramentos, sin pensar que por vergüenza o excusa humana, podrían hacerlo sin las debidas disposiciones?
  • ¿He impedido que mis hijos sigan la vocación con que Dios les llama a su servicio? ¿Les he puesto obstáculos o les he aconsejado mal?
  • Al orientarles en su formación profesional, ¿me he guiado por razones objetivas de capacidad y medios, o he seguido más bien los dictados de mi vanidad o egoísmo?
  • ¿Me preocupo de modo constante por su formación en el aspecto religioso?
  • ¿Me he preocupado también de la formación religiosa y moral de las otras personas que viven en mi casa o que dependen de mí?
  • ¿Me he opuesto a su matrimonio sin causa razonable?
  • ¿Permito que trabajen o estudien en lugares donde corre peligro su alma o su cuerpo? ¿He descuidado la natural vigilancia en las reuniones de chicos y chicas que se tengan en casa evitando dejarles solos? ¿Soy prudente a la hora de orientar sus diversiones?
  • ¿He tolerado escándalos o peligros morales o físicos entre las personas que viven en mi casa?
  • ¿Sacrifico mis gustos, caprichos y diversiones para cumplir con mi deber de dedicación a la familia?
  • ¿Procuro hacerme amigo de mis hijos? ¿He sabido crear un clima de familiaridad evitando la desconfianza y los modos que impiden la legítima libertad de los hijos?
  • ¿Doy a conocer a mis hijos el origen de la vida, de un modo gradual, acomodándome a su mentalidad y capacidad de comprender, anticipándome ligeramente a su natural curiosidad?
  • ¿Evito los conflictos con los hijos quitando importancia a pequeñeces que se superan con un poco de perspectiva y sentido del humor?
  • ¿Hago lo posible por vencer la rutina en el cariño a mi esposo(a)?
  • ¿Soy amable con los extraños y me falta esa amabilidad en la vida familiar?
  • ¿He reñido con mi consorte? ¿Ha habido malos tratos de palabra o de obra? ¿He fortalecido la autoridad de mi cónyuge, evitando reprenderle, contradecirle o discutirle delante de los hijos?
  • ¿Le he desobedecido o injuriado? ¿He dado con ello mal ejemplo?
  • ¿Me quejo delante de la familia de la carga que suponen las obligaciones domésticas?
  • ¿He dejado demasiado tiempo solo a mi consorte?
  • ¿He procurado avivar la fe en la Providencia y ganar lo suficiente para poder tener o educar a más hijos?
  • ¿Pudiendo hacerlo he dejado de ayudar a mis parientes en sus necesidades espirituales o materiales?

Quinto Mandamiento

  • ¿Tengo enemistad, odio o rencor hacia alguien?
  • ¿He dejado de hablarme con alguien y me niego a la reconciliación o no hago lo posible por conseguirla?
  • ¿Evito que las diferencias políticas o profesionales degeneren en indisposición, malquerencia u odio hacia las personas?
  • ¿He deseado un mal grave al prójimo? ¿Me he alegrado de los males que le han ocurrido?
  • ¿Me he dejado dominar por la envidia?
  • ¿Me he dejado llevar por la ira? ¿He causado con ello disgusto a otras personas?
  • ¿He despreciado a mi prójimo? ¿Me he burlado de otros o les he criticado, molestado o ridiculizado?
  • ¿He maltratado de palabra o de obra a los demás? ¿Pido las cosas con malos modales, faltando a la caridad?
  • ¿He llegado a herir o quitar la vida al prójimo? ¿He sido imprudente en la conducción de vehículos?
  • ¿He practicado o colaborado en la realización de algún aborto? ¿He abortado o inducido a alguien a abortar, sabiendo que constituye un pecado gravísimo que lleva consigo la excomunión?
  • ¿He contribuido a adelantar la muerte a algún enfermo con pretextos de evitar sufrimientos o sacrificios, sabiendo que la eutanasia es un homicidio?
  • Con mi conversación, mi modo de vestir, mi invitación a presenciar algún espectáculo o con el préstamo de algún libro o revista, ¿he sido la causa de que otros pecasen? ¿He tratado de reparar el escándalo?
  • ¿He descuidado mi salud? ¿He atentado contra mi vida?
  • ¿Me he embriagado, bebido con exceso o tomado drogas?
  • ¿Me he dejado dominar por la gula, es decir, por el placer de comer y beber más allá de lo razonable?
  • ¿Me he deseado la muerte sin someterme a la Providencia de Dios?
  • ¿Me he preocupado del bien del prójimo, avisándole del peligro material o espiritual en que se encuentra o corrigiéndole como pide la caridad cristiana?
  • ¿He descuidado mi trabajo, faltando a la justicia en cosas importantes? ¿Estoy dispuesto a reparar el daño que se haya seguido de mi negligencia?
  • ¿Procuro acabar bien el trabajo pensando que a Dios no se le deben ofrecer cosas mal hechas? ¿Realizo el trabajo con la debida pericia y preparación?
  • ¿He abusado de la confianza de mis superiores? ¿He perjudicado a mis superiores o subordinados o a otras personas haciéndoles un daño grave?
  • ¿Facilito el trabajo o estudio de los demás, o lo entorpezco de algún modo, por ejemplo, con rencillas, derrotismos e interrupciones?
  • ¿He sido perezoso en el cumplimiento de mis deberes?
  • ¿Retraso con frecuencia el momento de ponerme a trabajar o estudiar?
  • ¿Tolero abusos o injusticias que tengo obligación de impedir?
  • ¿He dejado, por pereza, que se produzcan graves daños en mi trabajo? ¿He descuidado mi rendimiento en cosas importantes con perjuicio de aquellos para quienes trabajo? materiales?

Sexto y Noveno Mandamientos

  • ¿Me he entretenido con pensamientos o recuerdos deshonestos?
  • ¿He traído a mi memoria recuerdos o pensamientos impuros?
  • ¿Me he dejado llevar de malos deseos contra la virtud de la pureza, aunque no los haya puesto por obra? ¿Había alguna circunstancia que los agravase: parentesco, matrimonio o consagración a Dios en las personas a quienes se dirigían?
  • ¿He tenido conversaciones impuras? ¿Las he comenzado yo?
  • ¿He asistido a diversiones que me ponían en ocasión próxima de pecar? (ciertos bailes, cines o espectáculos inmorales, malas lecturas o compañías). ¿Me doy cuenta de que ponerme en esas ocasiones es ya un pecado?
  • ¿Guardo los detalles de modestia que son la salvaguardia de la pureza? ¿Considero esos detalles ñoñería?
  • Antes de asistir a un espectáculo, o leer un libro, ¿me entero de su calificación moral para no ponerme en ocasión próxima de pecado evitando así las deformaciones de conciencia que pueda producirme?
  • ¿Me he entretenido con miradas impuras?
  • ¿He rechazado las sensaciones impuras?
  • ¿He hecho acciones impuras? ¿Solo o con otras personas? ¿Cuántas veces? ¿Del mismo o distinto sexo? ¿Había alguna circunstancia de parentesco o afinidad que le diera especial gravedad? ¿Tuvieron consecuencias esas relaciones? ¿Hice algo para impedirlas? ¿Después de haberse formado la nueva vida? ¿He cometido algún otro pecado contra la pureza?
  • ¿Tengo amistades que son ocasión habitual de pecado? ¿Estoy dispuesto a dejarlas?
  • En el noviazgo, ¿es el amor verdadero la razón fundamental de esas relaciones? ¿Vivo el constante y alegre sacrificio de no convertir el cariño en ocasión de pecado? ¿Degrado el amor humano confundiéndolo con el egoísmo y con el placer?
  • El noviazgo debe ser una ocasión de ahondar en el afecto y en el conocimiento mutuo; ¿mis relaciones están inspiradas no por afán de posesión, sino por el espíritu de entrega, de comprensión, de respeto, de delicadeza?
  • ¿Me acerco con más frecuencia al sacramento de la Penitencia durante el noviazgo para tener más gracia de Dios? ¿Me han alejado de Dios esas relaciones?

(Esposos)

  • ¿He usado indebidamente el matrimonio? ¿He negado su derecho al otro cónyuge? ¿He faltado a la fidelidad conyugal con deseos o de obra?
  • ¿Hago uso del matrimonio solamente en aquellos días en que no puede haber descendencia? ¿Sigo este modo de control de la natalidad sin razones graves?
  • ¿He usado preservativos o tomado fármacos para evitar los hijos? ¿He inducido a otras personas a que los tomen? ¿He influido de alguna manera -consejos, bromas o actitudes- en crear un ambiente antinatalista?

Séptimo y Décimo Mandamientos

  • ¿He robado algún objeto o alguna cantidad de dinero? ¿He reparado o restituido pudiendo hacerlo? ¿Estoy dispuesto a realizarlo? ¿He cooperado con otros en algún robo o hurto? ¿Había alguna circunstancia que lo agravase, por ejemplo, que se tratase de un objeto sagrado? ¿La cantidad o el valor de los apropiado era de importancia?
  • ¿Retengo lo ajeno contra la voluntad de su dueño?
  • ¿He perjudicado a los demás con engaños, trampas o coacciones en los contratos o relaciones comerciales?
  • ¿He hecho daño de otro modo a sus bienes? ¿He engañado cobrando más de lo debido? ¿He reparado el daño causado o tengo la intención de hacerlo?
  • ¿He gastado más de lo que me permite mi posición?
  • ¿He cumplido debidamente con mi trabajo, ganándome el sueldo que me corresponde?
  • ¿He dejado de dar lo conveniente para ayudar a la Iglesia?
  • ¿Hago limosna según mi posición económica?
  • ¿He llevado con sentido cristiano la carencia de cosas superfluas, o incluso necesarias?
  • ¿He defraudado a mi consorte en los bienes?
  • ¿Retengo o retraso indebidamente el pago de jornales o sueldos?
  • ¿Retribuyo con justicia el trabajo de los demás?
  • En el desempeño de cargos o funciones públicas, ¿me he dejado llevar del favoritismo, acepción de personas, faltando a la justicia?
  • ¿Cumplo con exactitud los deberes sociales, v. gr., pago de seguros sociales, con mis empleados? ¿He abusado de la ley, con perjuicio de tercero, para evitar el pago de los seguros sociales?
  • ¿He pagado los impuestos que son de justicia?
  • ¿He evitado o procurado evitar, pudiendo hacerlo desde el cargo que ocupo, las injusticias, los escándalos, hurtos, venganzas, fraudes y demás abusos que dañan la convivencia social?
  • ¿He prestado mi apoyo a programas inmorales y anticristianos de acción social y política?

Octavo Mandamiento

  • ¿He dicho mentiras? ¿He reparado el daño que haya podido seguirse? ¿Miento habitualmente porque es en cosas de poca importancia?
  • ¿He descubierto, sin justa causa, defectos graves de otra persona, aunque sean ciertos, pero no conocidos? ¿He reparado de alguna manera, v. gr., hablando de modo positivo de esa persona?
  • ¿He calumniado atribuyendo a los demás lo que no era verdadero? ¿He reparado el daño o estoy dispuesto a hacerlo?
  • ¿He dejado de defender al prójimo difamado o calumniado?
  • ¿He hecho juicios temerarios contra el prójimo? ¿Los he comunicado a otras personas? ¿He rectificado ese juicio inexacto?
  • ¿He revelado secretos importantes de otros, descubriéndolos sin justa causa? ¿He reparado el daño seguido?
  • ¿He hablado mal de otros por frivolidad, envidia, o por dejarme llevar del mal genio?
  • ¿He hablado mal de los demás -personas o instituciones- con el único fundamento de que «me contaron» o de que «se dice por ahí»? Es decir, ¿he cooperado de esta manera a la calumnia y a la murmuración?
  • ¿Tengo en cuenta que las discrepancias políticas, profesionales o ideológicas no deben ofuscarme hasta el extremo de juzgar o hablar mal del prójimo, y que esas diferencias no me autorizan a descubrir sus defectos morales a menos que lo exija el bien común?
  • ¿He revelado secretos sin justa causa? ¿He hecho uso en provecho personal de lo que sabía por silencio de oficio? ¿He reparado el daño que causé con mi actuación?
  • ¿He abierto o leído correspondencia u otros escritos que por su modo de estar conservados, se desprende que sus dueños no quieren darlos a conocer?
  • ¿He escuchado conversaciones contra la voluntad de los que las mantenían?
¡Ven, Espíritu Divino! (Secuencia de Pentecostés)

¡Ven, Espíritu Divino! (Secuencia de Pentecostés)

El himno mas antiguo al ES


Ven, Espíritu Divino
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma,
divina luz y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno. Amén.

¿Fomenta la Iglesia católica el rezo con «palabrería» prohibido por Jesucristo?

¿Fomenta la Iglesia católica el rezo con «palabrería» prohibido por Jesucristo?

Padre Jordi Rivero

En Mateo 6, 7 Jesús nos enseña: «Y al orar, no charleis mucho, como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados.»

Algunos interpretan que este pasaje condena la oración repetitiva. Sin embargo no se percatan de que en el próximo versículo, Mt 6, 8, Jesús nos enseña a rezar el Padre Nuestro, oración que todo cristiano se memoriza para repetirla toda su vida.

En este artículo deseamos demostrar que Jesús no prohíbe la oración repetitiva sino aquella que se hace sin poner el corazón. Los que utilizan a MT 6,7 para atacar el rezo del rosario caen en un error de interpretación, lo cual ocurre con frecuencia cuando se lee la Biblia fuera de la Iglesia católica.

Enseñanza de Jesús en Mt 6

Jesús nos enseña a orar y nos advierte de la vanagloria que obstaculiza la auténtica oración. Siempre hay la tentación en quien reza de creerse mejor que los demás por el hecho mismo de rezar. En el tiempo de Jesús los fariseos desarrollaron una elite religiosa con prácticas y rezos que eran inaccesibles al hombre común. Por eso se creían superiores. Repetían palabras en la oración poniendo más importancia en sus propios logros que en el don de Dios. Su pecado era la soberbia.

«Algunos han fallado en esto y se han dado a vanas palabrerías; pretenden ser maestros de la ley, cuando no saben lo que dicen, ni entienden lo que dogmatizan» -1 Timoteo 1,6-7

Podemos ver en este contexto por qué Jesús critica a los «que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados.» Se trata de palabras que no surgen del corazón, a lo que hoy llamamos rezar «de la boca para afuera». Estos ponen su confianza en el poder de sus propias palabras más que en Dios.

Un ejemplo de «palabrería» en la oración, del Antiguo Testamento:

I Reyes 18, 26
(Los baales) tomaron el novillo que les dieron, lo prepararon e invocaron el nombre de Baal desde la mañana hasta el mediodía, diciendo: «¡Baal, respóndenos!» Pero no hubo voz ni respuesta. Danzaban cojeando junto al altar que habían hecho.

San Ambrosio, Padre de la Iglesia, hace la distinción entre la oración con intensidad y frecuencia y la oración repetitiva y mecánica: «el Señor Jesús en su enseñanza divina te mostró… la conveniencia de orar con intensidad y frecuencia, no para que tú repitas sin cesar y mecánicamente fórmulas de oración, sino para que adquieras el espíritu de orar asiduamente. Porque con frecuencia, las largas oraciones van acompañadas de vanagloria» (Libro 1,9).

La Biblia exalta la oración insistente:

Los judíos tenían oraciones conocidas por todo el pueblo. Las memorizaban para ayudar a la oración privada y la oración comunitaria. La Biblia tiene muchas otras oraciones diseñadas para la oración repetitiva. Al repetir, la mente se enfoca y profundiza en las verdades de la fe y se apropia de ellas.

Ejemplos:

  • · El salmo 136 repite la frase «porque es eterno su amor
  • · Los salmos 29, 46, 80, 107 y otros también tienen estrofas repetitivas.
  • · En Daniel 3, 57-88, la frase «cantadle y exaltadle eternamente» se repite 32 veces.

La Biblia además enseña la importancia de insistir en la oración:

  • · Jairo el jefe de la sinagoga: «le suplica con insistencia diciendo: «Mi hija está a punto de morir; ven, impón tus manos sobre ella, para que se salve y viva.» -Mc 5,23
  • · Los ancianos pedían a Jesús la curación del siervo del centurión: «Estos, llegando donde Jesús, le suplicaban insistentemente diciendo: «Merece que se lo concedas» -Lucas 7,4.
  • · «Así pues, Pedro estaba custodiado en la cárcel, mientras la Iglesia oraba insistentemente por él a Dios». -Hechos 12,5.
  • · «Noche y día le pedimos insistentemente poder ver vuestro rostro y completar lo que falta a vuestra fe.» -I Tesalonicenses 3,10.
  • · «Elías era un hombre de igual condición que nosotros; oró insistentemente para que no lloviese, y no llovió sobre la tierra durante tres años y seis meses.» Santiago 5,17.

¡También en el cielo se repiten oraciones!

El Apocalipsis 4, 8-11: «Los cuatro vivientes tienen cada uno seis alas, están llenos de ojos todo alrededor y por dentro, y repiten sin descanso día y noche: «Santo, Santo, Santo, Señor, Dios Todopoderoso, ‘Aquel que era, que es y que va a venir’ »

Jesús nos enseña a insistir en la oración:

· «y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que están clamando a él día y noche, y les hace esperar?» Lucas 18,7

….Jesús mismo ora con insistencia

En Getsemaní Jesucristo repetía la misma oración durante su Agonía:

· «Y sumido en agonía, insistía más en su oración. Su sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían en tierra». -Lucas 22,44.

· «Y adelantándose un poco, cayó rostro en tierra, y suplicaba así: «Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú»» «Y alejándose de nuevo, por segunda vez oró así: «Padre mío, si esta copa no puede pasar sin que yo la beba, hágase tú voluntad». «Los dejó y se fue a orar por tercera vez, repitiendo las mismas palabras» -Mateo 26, 39; 42 y 44

¿Por qué insiste Jesús? ¿Acaso le falta la fe?. Claro que no. Insiste porque pone todo su ser en la petición, no se muda de ella. El no reza con «palabrería» pero si con insistencia.

No sólo Jesús «insistía» en oración, «repitiendo las mismas palabras» sino que le pidió a sus discípulos en Getsemaní que lo acompañasen en Su oración. Ellos ya habían rezado en la Ultima Cena con El por mucho tiempo. Ahora tenían sueño. Tal vez pensaron que no había razón de seguir insistiendo en la oración. El hecho es que lo abandonaron en la oración. Muchos hoy día hacen igual. Les parece aburrido repetir los profundos misterios de nuestra fe y se quedan dormidos.

En cuanto al rosario, lo que repetimos son oraciones bíblicas:

  • -El Padre Nuestro (Mt 6,9-13);
  • -Ave María en gran parte en la Biblia. Lc 1,28-55: Jn 2,1-11. La segunda parte es nuestra respuesta confiada, acogiéndonos a la Madre que Dios nos ha dado.
  • -El Gloria (2 Cor 13,13-14)

Conclusión

No se debe confundir el rezar con «palabrería» con la «oración insistente» que nos enseña Jesús.

Insistir es recaer sobre el mismo tema. La oración insistente es por ende repetitiva pero no necesariamente es «palabrería». Depende de la disposición del corazón.

Jesús enseña a rezar de corazón, como El mismo reza, siendo todo amor y obediencia al Padre. Los que saben rezar son los humildes, los que de corazón claman al Señor porque reconocen que necesitan de El cada instante, los que son como niños.

El problema no es la repetición sino la charlatanería. El Santo Rosario y otras oraciones repetitivas, si se rezan de corazón, meditando sus misterios, con humildad, no sólo son aceptables sino que constituyen una «oración insistente» tal como es recomendada en la Biblia.

Diferencia entre una Biblia católica y una Biblia protestante

Diferencia entre una Biblia católica y una Biblia protestante

¿Quién estableció la lista de los libros que forman parte de la Biblia?
¿Por qué reconocemos el Evangelio de Juan y no el de Judas?

Veamos un poco de historia…

Por el año 605 Antes de Cristo, el Pueblo de Israel sufrió una dispersión o, como se le conoce bíblicamente, una «diáspora». El rey Nabucodonosor conquistó Jerusalén y llevó a los israelitas cautivos a Babilonia, comenzando la «Cautividad de Babilonia” (cf. 2 Reyes 24,12 y 2 Reyes 25,1).

Pero no todos los israelitas fueron llevados cautivos, un «resto» quedó en Israel (cf. 2 Reyes 25,12; 2 Reyes 25,22; Jeremías 40,11; Ezequiel 33,27). También un número de Israelitas no fueron cautivos a Babilonia sino que fueron a Egipto (cf. 2 Reyes 25,26; Jeremías 42,14; Jeremías 43,7).

El rey Ciro de Persia conquistó Babilonia (cf. 2 Crónicas 36,20; 2 Crónicas 36,23) y dio la libertad a los israelitas de regresar a Israel, terminando así su esclavitud. Algunos regresaron a Palestina (cf. Esdras 1,5; 7,28 y Nehemías 2,11) pero otros se fueron a Egipto, estableciéndose, en su mayoría, en la ciudad de Alejandría (fundada por Alejandro Magno en el 322 a.C, que contaba con la biblioteca más importante del mundo en esa época). Así que los judíos estaban disgregados aun después del fin del cautiverio, unos en Palestina y otros en la diáspora, sobre todo en Alejandría. En el tiempo de los Macabeos había mas judíos en Alejandría que en la misma Palestina (cf. 1 Macabeos 1,1)

La Traducción de los Setenta (Septuagésima)

En el siglo III antes de Cristo, la lengua principal de Alejandría, como en la mayor parte del mundo civilizado, era el griego. El hebreo cada vez se hablaba menos, aun entre los judíos (Jesús y sus contemporáneos en Palestina hablaban arameo)Por eso había una gran necesidad de una traducción griega de las Sagradas Escrituras.

La historia relata que Demetrio de Faleron, el bibliotecario de Plotomeo II (285-246 a.C.), quería unas copias de la Ley Judía para la Biblioteca de Alejandría. La traducción se realizó a inicios del siglo tercero a.C. y se llamó la Traducción de los Setenta (por el número de traductores que trabajaron en la obra). Comenzando con la Torá, tradujeron todas las Sagradas Escrituras, es decir todo lo que es hoy conocido por los católicos como el Antiguo Testamento. Introdujeron también una nueva organización e incluyeron Libros Sagrados que, por ser más recientes, no estaban en los antiguos cánones pero eran generalmente reconocidos como sagrados por los judíos. Se trata de siete libros, llamados hoy deuterocanónicos.

El canon de los Setenta (Septuagésima) contiene los textos originales de algunos de los deuterocanónicos (Sabiduría y 2 Macabeos) y la base canónica de otros, ya sea en parte (Ester, Daniel y Sirac) o completamente (Tobit, Judit, Baruc y 1 Macabeos).

El canon de la Septuagésima (Alejandrino) es el que usaba Jesucristo y los Apóstoles

El canon de Alejandrino, con los siete libros deuterocanónicos, era el más usado por los judíos en la era Apostólica. Este canon es el utilizado por Cristo y los escritores del Nuevo Testamento. 300 de las 350 referencias al Antiguo Testamento que se hacen en el Nuevo Testamento son tomadas de la versión alejandrina. Por eso no hay duda de que la Iglesia apostólica del primer siglo aceptó los libros deuterocanónicos como parte de su canon (libros reconocidos como Palabra de Dios). Por ejemplo, Orígenes, Padre de la Iglesia (+254), afirmó que los cristianos usaban estos libros aunque algunos líderes judíos no los aceptaban oficialmente.

Los judíos establecen un nuevo canon después Cristo

Al final del primer siglo de la era cristiana, una escuela judía hizo un nuevo canon hebreo en la ciudad de Jamnia, en Palestina. Ellos querían cerrar el período de revelación siglos antes de la venida de Jesús, buscando así distanciarse del cristianismo. Por eso cerraron el canon con los profetas Esdras (458 a.C.), Nehemías (445 a.C.), y Malaquías (433 a.C.). Por lo tanto dejaron fuera del canon los últimos siete libros reconocidos por el canon de Alejandrino.

Pero en realidad no hubo un «silencio bíblico» (una ausencia de Revelación) en los siglos precedentes al nacimiento de Jesús. Aquella era la última etapa de revelación antes de la venida del Mesías. Los judíos reconocían el canon alejandrino en tiempo de Jesús. Por eso la Iglesia siguió reconociéndolo.

De esta forma surgieron dos principales cánones del Antiguo Testamento:

1: El canon Alejandrino: Reconocido por los judíos en la traducción de los Setenta al griego. Este canon es el más utilizado por los judíos de tiempo de Cristo y por los autores del Nuevo Testamento. Este canon contiene los libros «deuterocanónicos» y es el reconocido por la Iglesia Católica.

2: El canon de Jamnia: Establecido por judíos que rechazaron el cristianismo y por lo tanto quisieron distanciar el período de revelación del tiempo de Jesús. Por eso rechazaron los últimos 7 libros reconocidos por el canon alejandrino.

XV siglos después de Cristo, Lutero rechaza el canon establecido por la Iglesia primitiva y adopta el canon de Jamnia. Este es el canon que aceptan los Protestantes.

La Vulgata de San Jerónimo

La primera traducción de la Biblia al latín fue hecha por San Jerónimo y se llamó la «Vulgata» (año 383 AD). El latín era para entonces el idioma común en el mundo Mediterráneo. San Jerónimo en un principio tradujo del texto hebreo del canon de Palestina. Por eso no tenía los libros deuterocanónicos. Esto produjo una polémica entre los cristianos de aquel tiempo. En defensa de su traducción, San Jerónimo escribió: «Ad Pachmmachium de optimo genere interpretandi», la cual es el primer tratado acerca del arte de traducir. Por eso se le considera el padre de esta disciplina. Ahí explica, entre otras cosas, el motivo por el cual considera mejor traducir directo del hebreo. San Jerónimo no rechazó los libros deuterocanónicos. La Iglesia aceptó su traducción con la inclusión de los libros deuterocanónicos. Por eso la Biblia Vulgata tiene los 46 libros.

La Iglesia establece el Canon de la Biblia

Es importante entender que la Iglesia fundada por Cristo precede al Nuevo Testamento. Es la Iglesia la autoridad que establece el canon de la Biblia y su correcta interpretación y no al revés, como creen algunos Protestantes. Cuando en el N.T. habla de las «Escrituras» se refiere al A.T. El nombre de «Nuevo Testamento» no se usó hasta el siglo II.

Con el tiempo, un creciente número de libros se presentaban como sagrados y causaban controversia. Entre ellos muchos eran de influencia gnóstica. Por otra parte, algunos, como los seguidores de Marción, rechazaban libros generalmente reconocidos por los Padres. La Iglesia, con la autoridad Apostólica que Cristo le dio, definió la lista (canon) de los Libros Sagrados de la Biblia.

Los concilios de la Iglesia Católica – el Concilio de Hipo, en el año 393 A.D. y el Concilio de Cartago, en el año 397 y 419 A.D., ambos en el norte de África – confirmaron el canon Alejandrino (con 46 libros para el Antiguo Testamento) y también fijaron el canon del Nuevo Testamento con 27 libros.

Para reconocer los libros del Nuevo Testamento los Padres utilizaron tres criterios:
1- que fuesen escritos por un Apóstol o su discípulo.
2- que se utilizara en la liturgia de las iglesias Apostólicas. Ej. Roma, Corintio, Jerusalén, Antioquía, etc.
3- que estuviera en conformidad con la fe Católica recibida de los Apóstoles.

Al no satisfacer estos criterios, algunos evangelios atribuidos a los Apóstoles (ej. Ev. de Tomás, Ev. de Pedro) fueron considerados falsos por la Iglesia y rechazados. Por otra parte fueron aceptados libros (ej. Evangelio de San Juan y Apocalipsis) que por largo tiempo habían sido controversiales por el atractivo que ejercen en grupos sectarios y milenaristas.

La carta del Papa S. Inocencio I en el 405, oficialmente recoge el canon ya fijo de 46 libros del A.T. y los 27 del N.T. El Concilio de Florencia (1442) confirmó una vez más el canon, como lo hizo también el Concilio de Trento.

A la Biblia Protestante le faltan libros

En el 1534, Martín Lutero tradujo la Biblia al alemán. Pero rechazó los últimos siete libros del A.T. porque estos contradecían sus nuevas doctrinas. Por ejemplo, al quitar los libros de Macabeos, le fue mas fácil negar el purgatorio ya que 2 Macabeos 12, 43-46 da por supuesto que existe una purificación después de la muerte. Lutero dice que Macabeos no pertenece a la Biblia. Sin embargo Hebreos 11,35 (Nuevo Testamento) hace referencia a 2 Macabeos: «Unos fueron torturados, rehusando la liberación por conseguir una resurrección mejor». Los únicos en el Antiguo Testamento a quienes se aplica este pasaje es a los mártires macabeos, que fueron torturados por conseguir la resurrección (2 Mac. 7:11, 14, 23, 29, 36).

¡Lutero consideró conveniente optar por el canon de Jamnia que los judíos habían establecido para distanciarse del cristianismo!. Lo prefirió a pesar que le faltaban libros que Jesús, los Apóstoles y la Iglesia desde el principio habían reconocido (ver arriba). Agrupó los libros que quitó de la Biblia bajo el título de «apócrifos», señalando: «estos son libros que no se tienen por iguales a las Sagradas Escrituras y sin embargo son útiles y buenos para leer».

Lamentablemente Lutero propagó sus errores junto con su rebelión. Por esa razón a la Biblia Protestante le faltan 7 libros del AT. Los consideran libros que ellos llaman «apócrifos».

  • Tobías
  • Judit
  • Ester (protocanónico con partes deuterocanónicas)
  • Daniel (protocanónico con partes deuterocanónicas)
  • I Macabeos
  • II Macabeos
  • Sabiduría
  • Eclesiástico (también llamado «Sirac»)
  • Baruc

Lutero no solo eliminó libros del Antiguo Testamento sino que quiso eliminar algunos del Nuevo Testamento e hizo cambios en el Nuevo Testamento para adaptarlo a su doctrina.

Martín Lutero había declarado que la persona se salva sólo por la fe (entendiendo la fe como una declaración legal), sin necesidad de poner la fe en práctica por medio de obras. Según él todas las doctrinas deben basarse solo en la Biblia, pero la Biblia según la acomoda e interpreta él. Por eso llegó incluso a añadir la palabra «solamente» después de la palabra «justificado» en su traducción alemana de Romanos 3, 28. También se refirió a la epístola de Santiago como epístola «de paja» porque esta enseña explícitamente: «Veis que por las obras se justifica el hombre y no sólo por la fe». (Ver: Fe y obras; Estado actual del diálogo Católico-Luterano al respecto)

Lutero además se tomó la libertad de separar los libros del Nuevo Testamento de la siguiente manera:

  • Libros sobre la obra de Dios para la salvación: Juan, Romanos, Gálatas, Efesios, I Pedro y I Juan
  • Otros libros canónicos: Mateo, Marcos, Lucas, Hechos, el resto de las cartas de Pablo, II Pedro y II de Juan
  • Los libros no canónicos: Hebreos, Santiago, Judas, Apocalipsis y libros del Antiguo Testamento.

Gracias a Dios, los Protestantes y Evangélicos tienen los mismos libros que los católicos en el Nuevo Testamento porque no aceptaron los cambios de Lutero para esta parte del canon. Pero se encuentran en una posición contradictoria: Reconocen el canon establecido por la Iglesia Católica para el Nuevo Testamento (los 27 libros que ellos tienen) pero no reconocen esa misma autoridad para el canon del A.T.

Es interesante notar que la Biblia Gutenberg, la primera Biblia impresa, es la Biblia latina (Vulgata), por lo tanto, contenía los 46 libros del canon alejandrino.

El reformador español, Casiodoro de Reina, respetó el canon católico de la Biblia en su traducción, la cual es considerada una joya de literatura. Pero luego Cipriano de Valera quitó los deuterocanónicos en su versión conocida como Reina-Valera.

Posición de la Iglesia Anglicana

Según los 39 Artículos de Religión de la Iglesia de Inglaterra (1563), los libros deuterocanónicos pueden ser leídos para «ejemplo de vida e instrucción de costumbres», pero no deben ser usados para «establecer ninguna doctrina» (Artículo VI). Consecuentemente, la Biblia, versión «King James» (1611) contenía estos libros entre el N.T. y el A.T. Pero Juan Lightfoot (1643) criticó este orden alegando que los «malditos apócrifos» pudiesen ser así vistos como un puente entre el A.T. y el N.T. La Confesión de Westminster (1647) decidió que estos libros, «al no ser de inspiración divina, no son parte del canon de las Escrituras y, por lo tanto, no son de ninguna autoridad de la Iglesia de Dios ni deben ser en ninguna forma aprobados o utilizados más que otros escritos humanos.»

Los Concilios modernos confirman el Canon

La Iglesia Católica, fiel a la encomienda del Señor de enseñar la verdad y refutar los errores, definió solemnemente, en el Concilio de Trento, en el año 1563, el canon del Antiguo Testamento con 46 libros siguiendo la traducción griega que siempre habían utilizado los cristianos desde el tiempo apostólico. Enseñó que los libros deuterocanónicos deben ser tratados «con igual devoción y reverencia». Esto fue una confirmación de lo que la Iglesia siempre enseñó.

Esta enseñanza del Concilio de Trento fue una vez más confirmada por el Concilio Vaticano I y por el Concilio Vaticano II (Constitución Dogmática Dei Verbum sobre la Sagrada Escritura). El Catecismo de la Iglesia Católica reafirma la lista completa de los Libros Sagrados, incluyendo los deuterocanónicos.

La Biblia es un regalo del Señor, presentado como obra terminada a través de un largo proceso en el que el Espíritu Santo ha guiado a la Iglesia Católica a la plenitud de la verdad. Por la autoridad de la Iglesia se establece el canon definitivo.

Ante los que quieren introducir libros en el Canon, por ejemplo, el «Evangelio de Judas», los protestantes más conocedores han tenido que recurrir a la autoridad de la Iglesia Católica para declarar que el canon de las Escrituras ha sido fijado en los Concilios del siglo IV y no se puede cambiar.