El Padre Peter Stravinskas en su artículo Can outsiders be saved? analiza el tema de la salvación fuera de la Iglesia y la doctrina católica. Les ofrezco mi resumen en español. -Padre Jordi Rivero.
San Pedro dijo: «Porque no hay bajo el cielo otro nombre (que Jesús) dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos.» -Hechos 4,12. Como otras enseñanzas, esta debe ser entendida a la luz de toda la Sagrada Escritura y de la sabiduría que el Espíritu Santo da a su Iglesia a través de los siglos.
San Pablo en 1 Tim 2,4: (Dios) que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad. ¿Cómo se reconcilia este deseo de Dios con lo dicho arriba por S. Pedro y el hecho de que tanta gente muere sin conocer a Jesús?
Los Santos Padres enseñaron que no hay salvación fuera de la Iglesia. Cipriano, por ejemplo, dijo: «No puedes tener a Dios como Padre si no tienes a la Iglesia como madre». Sin embargo estas enseñanzas se referían a aquellos que, habiendo conocido la fe verdadera, la rechazaron.
San Agustín pensaba que, habiéndose proclamado el Evangelio en todas partes, los judíos y otros que no aceptaban a Jesús serían condenados. Esta enseñanza tuvo mucha influencia porque la Iglesia buscaba la interpretación correcta de lo dicho por S. Pedro. Pero la interpretación de S. Agustín no llegó a ser universalmente aceptada. Hemos de recordar que aun los Padres y los santos cometen errores en aquella materia que no está claramente definida.
Más tarde Santo Tomás de Aquino también enseñó sobre la necesidad de pertenecer a la Iglesia para salvarse pero al mismo tiempo enseñó sobre la posibilidad del «bautismo de deseo»: Uno puede obtener salvación sin ser de hecho bautizado, si la persona deseó el bautismo, tal deseo es el resultado de la fe que actúa por medio de la caridad, por la que Dios, cuyo poder no está atado a los sacramentos visibles, santifica la persona interiormente. (ref.: Summa Theologiae III, q.68, a.2).
El Papa Pío IX en Singulari Quadam enseñó la doctrina de «no salvación fuera de la Iglesia» con algunos importantes matices. Enseñó, por ejemplo que algunos trabajan en «ignorancia invencible» sobre nuestra religión pero observan con perseverancia la ley natural y sus preceptos que Dios ha «inscrito en el corazón de todos». Estos están listos para obedecer a Dios y viven una vida honesta y recta por lo que pueden, por la obra de la luz divina y la gracia, alcanzar la vida eterna».
Ochenta años después de la encíclica de Pío IX, el Papa Pío XII publicó Mystici Corporis en 1943. En ella enseña que los que están fuera de la Iglesia Católica deben ser prestos en seguir las mociones interiores de la gracia y rescatarse de ese estado en el que no pueden estar seguros de su propia salvación. Porque, aunque, en cierto deseo inconsciente ellos puedan estar relacionados al Cuerpo Místico del Redentor, pueden quedar desprovistos de tantos y tan poderosos dones y ayudas del cielo que sólo pueden gozar dentro de la Iglesia Católica.
En 1949, una carta del Santo Oficio al Arzobispo Cushing hace referencia a la encíclica de Pío XII: El Papa censura a aquellos que excluyen de la salvación eterna a todos los hombres que se adhieren a la Iglesia sólo con un deseo implícito; también censura a aquellos que falsamente mantienen que los hombres pueden salvarse igualmente en todas las religiones».
Entre los Concilios Vat. I y Vat. II, el teólogo Ives Congar enseñó que «elementos» de la única Iglesia verdadera existen fuera de sus fronteras visibles. Otro teólogo, Henri de Lubac continuó esa línea. Ambos fueron periti (Latín «expertos») oficiales en el Vaticano II y ambos han sido nombrados cardenales por el Papa Juan Pablo II.
El Concilio Vaticano II no cambió la doctrina sino que cristalizó casi 1900 años de desarrollo teológico.
En Lumen Gentium el Concilio confirmó la doctrina de que la Iglesia es necesaria para la salvación porque Cristo, hecho presente para nosotros en Su Cuerpo, que es la Iglesia, es el único Mediador y único camino de salvación. La Iglesia es el «sacramento universal de salvación». Toda salvación viene por la Iglesia de Cristo, fuera de esta gracia no hay esperanza de vida eterna. Esta verdad debe entenderse en conjunto con lo siguiente:
Refiriéndose a los cristianos no católicos, el Decreto sobre el Ecumenismo enseñó que ellos también llevan a cabo muchas acciones sagradas de nuestra religión cristiana. Estas acciones pueden verdaderamente engendrar una vida de gracia y pueden proveer acceso a la comunidad de salvación. Aunque tienen defectos, estas comunidades no carecen de significado e importancia en el misterio de salvación ya que el Espíritu de Cristo las utiliza como medio de salvación. Pero estos medios de salvación derivan su eficacia de la misma plenitud de gracia y verdad confiados a la Iglesia Católica.
Juan Pablo II en La Unicidad y Universalidad Salvífica de Cristo y de la Iglesia:
En conexión con la unicidad de la mediación salvífica de Cristo se encuentra la unicidad de la Iglesia por Él fundada. En efecto, el Señor Jesús constituyó su Iglesia como realidad salvífica: como su Cuerpo, mediante el cual Él mismo obra en la historia de la salvación. Así como existe un solo Cristo, existe un solo Cuerpo: «una sola Iglesia católica y apostólica» (cf. Símbolo de la fe, DS 48). El Concilio Vaticano II dice al respecto: «El santo Concilio enseña, apoyándose en la Sagrada Escritura y la Tradición, que esta Iglesia peregrina es necesaria para la salvación» (Lumen gentium, 14).
Es verdad que los no cristianos -lo ha recordado el Concilio Vaticano II- pueden «conseguir» la vida eterna «bajo el influjo de la gracia», si «buscan a Dios con corazón sincero» (Lumen gentium, 16). Pero en su búsqueda sincera de la verdad de Dios, ellos de hecho están «ordenados» a Cristo y a su Cuerpo, la Iglesia. Se encuentran, por tanto, en una situación deficitaria, si se compara con la de aquellos que, en la Iglesia, tienen la plenitud de los medios salvíficos. Así se entiende que, siguiendo el mandato del Señor (ver Mt 28,19-20) y como exigencia del amor a todos los hombres, la Iglesia «anuncia, y tiene la obligación de anunciar incesantemente a Cristo que es «el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14,6), en quien los hombres encuentran la plenitud de la vida religiosa y en quien Dios reconcilió consigo todas las cosas» (Nostra aetate, 2).