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Benedicto XVI, 8 junio, 2012, Encuentro Mudial de las Familias.

Desde el s. XIX, viene la emancipación del individuo, de la persona, y el matrimonio no se basa en la voluntad de otros, sino en la propia elección; comienza con el enamoramiento, se convierte luego en noviazgo y finalmente en matrimonio. En aquel tiempo, todos estábamos convencidos de que ese era el único modelo justo y de que el amor garantizaba de por sí el «siempre», puesto que el amor es absoluto y quiere todo, también la totalidad del tiempo: es «para siempre». Desafortunadamente, la realidad no era así: se ve que el enamoramiento es bello, pero quizás no siempre perpetuo, como lo es también el sentimiento: no permanece por siempre. Por tanto, se ve que el paso del enamoramiento al noviazgo y luego al matrimonio exige diferentes decisiones, experiencias interiores. Como he dicho, es bello este sentimiento de amor, pero debe ser purificado, ha de seguir un camino de discernimiento, es decir, tiene que entrar también la razón y la voluntad; han de unirse razón, sentimiento y voluntad. En el rito del matrimonio, la Iglesia no dice: «¿Estás enamorado?», sino «¿quieres?», «¿estás decidido?». Es decir, el enamoramiento debe hacerse verdadero amor, implicando la voluntad y la razón en un camino de purificación, de mayor hondura, que es el noviazgo, de modo que todo el hombre, con todas sus capacidades, con el discernimiento de la razón y la fuerza de voluntad, dice realmente: «Sí, esta es mi vida».

couple sitting on rock facing mountain view

Yo pienso con frecuencia en la boda de Caná. El primer vino es muy bueno: es el enamoramiento. Pero no dura hasta el final: debe venir un segundo vino, es decir, tiene que fermentar y crecer, madurar. Un amor definitivo que llega a ser realmente «segundo vino» es más bueno, mejor que el primero. Y esto es lo que hemos de buscar. Y aquí es importante también que el yo no esté aislado, el yo y el tú, sino que se vea implicada también la comunidad de la parroquia, la Iglesia, los amigos. Es muy importante esto, toda la personalización justa, la comunión de vida con otros, con familias que se apoyan una a otra; y sólo así, en esta implicación de la comunidad, de los amigos, de la Iglesia, de la fe, de Dios mismo, crece un vino que vale para siempre.

Lo necesario para ser novios

Hay varias cosas que un cristiano debe considerar indispensables ANTES de entrar en un noviazgo:

1: Que ambos estén libres para casarse. Por ejemplo, no está libre quien ya ha contraído un matrimonio canónicamente válido o quien tiene problemas psicológicos que le impiden asumir responsabilidades o quienes tienen vínculos cercanos de sangre.

2: Que compartan de corazón la fe. Lo ideal es que los conyugues compartan la fe. Si uno ama profundamente a Jesús mientras que el otro no, entonces habrán dificultades porque no pueden compartir lo mas importante.

San Pablo escribe:
¡No unciros en yugo desigual con los infieles! Pues ¿qué relación hay entre la justicia y la iniquidad? ¿Qué unión entre la luz y las tinieblas? II Corintios 6,14

Otro caso son los Matrimonio Mixtos. Estos presentan también un reto porque no hay plena comunión en la fe, pero pueden tener éxito si se respetan mutuamente, son capaces de vivir la fe que tienen en común y de aceptar los sacrificios inherentes por sus diferencias. Finalmente están los que Nadie debería abandonar su fe por conveniencia ni casarse con quien se opone a la fe.

3: Estar profundamente enamorados. Es una realidad que envuelve a la persona completa, cuerpo y alma. Por lo tanto es mas que un sentimiento.   

4. Edades cercanas y madurez.

5. Pedir al Señor su guía, vivir en gracia de Dios y estar sinceramente dispuestos a obedecerle. Si no puede ser un matrimonio como Dios manda, estar dispuestos a no entrar en el. 

Hay otros factores que ayudan, como tener un nivel de cultura similar y esperar un tiempo prudente. 
Alguien podría objetar que siguiendo estos requisitos nunca se podría casar. Es posible. Los cristianos optamos por un camino estrecho y seremos probados. Pero mejor es no casarse que casarse mal.

En los corazones de Jesús y María,
Padre Jordi Rivero